balcón

Necesito una ventana limpia para mirar hacia afuera.
Una ventana con un balcón
una maceta con flores rosadas
y moradas
para ver hacia abajo sin sentirme superior
para darle a alguien la idea secreta
de subir por las noches a buscarme
a ayudarse de las plantas y enredaderas
y subir, trepar, sudar
por mí una noche.
Una escena tan espantosamente romántica
que nos provocaría un ataque de risa furioso.
Y él se sacaría el sombrero
y yo me haría la que se sonroja mientras me voy quitando los calzones
bajo la luna, en el balcón, cerca de la ventana y entre las flores
él y yo nos reiríamos de él y de mí
pero un poco antes de cansarnos, él y yo haríamos el amor
a él y a mí.

esas cosas que se caen

Pienso que cuando algo se te cae es porque en verdad no querías tenerlo contigo igual
Ese vaso de leche derramada era leche que no querías tomar
La taza que cayó
Y se rompió
De repente era momento de olvidarla
De dejarla morir
Aunque fuera lo único que te hacía recordar
Alguna época feliz.

la cena

Sin prisa, María termina su postre sentada en el sillón de la sala. En la mesita del comedor reposa todavía la comida que preparó para su madre y su nuevo novio, quienes hace una hora le dijeron que demorarían un momento.

Deja el plato en la mesita de centro y observa el comedor, los cuadros nuevos que cuelgan de sus paredes, sus zapatos tirados alegremente en la alfombra, su cartera regada en el sofá, y de pronto la noción de estar sola en su propia casa la relaja. Coge un cigarro de la cajetilla que acaba de caer al suelo y lo enciende para celebrar su pequeño momento de satisfacción.

Al expirar la primera gran bocanada de humo suena el celular. En su pantalla aparece número privado. Antes habría tenido la certeza de que era su padre, quien desde que se separó de su madre, la llama casi todos los días para conversar, visitarla o salir a almorzar. Antes ella habría contestado con un “hola pa”, pero ahora, número privado también aparece cuando la llama su madre desde el celular de Efraín, lo que la obliga a contestar con un tono completamente neutral, para que ninguno de los dos se sienta ofendido si es que ella esperaba que contestara el otro.

- ¿Aló? - dice, y aguanta el tono de reproche en caso de que sea su madre y sonríe un poco en caso de que sea su padre.

- Hija - dice Pablo.

- Hola pa, ¿qué haces? - sonríe.

- Estoy cerca de tu casa - dice él.

Y se hace un silencio repentino porque él ha usado ese tono que tiene desde hace un tiempo, en el que expone su soledad y aburrimiento ligeramente para ser invitado por ella a tomar un café a su casa sin que él tenga que pedirlo.

-Ah… yo estoy esperando a mi mamá. – le responde.

Desde que ella salió de la casa de sus padres hace dos años, notó con más claridad el hartazgo de ambos y el esfuerzo que hacían por mantener la cordialidad y las buenas maneras entre ellos. Y si alguna vez pensó que estarían mejor separados, jamás hubiera imaginado que aquello podría hacerse realidad. Pero ya han pasado cinco meses desde que eso sucedió y María asumió el hecho con calma. Ahora, la idea de que su padre se entere de que Natalia, su todavía esposa, está saliendo con Efraín la perturba. No quiere estar presente cuando se entere, menos aún cuando los vea juntos y de ninguna manera si ambas cosas suceden en el mismo momento.

- Hace días que no veo a tu mamá – responde él.

Respuesta equivocada, piensa ella.

- Bueno, llámala luego a ver si se ven otro día. – intenta.

- No, creo que mejor la busco en tu casa, sólo quiero saludarla.

- Papá en serio creo que mejor otro día. - le dice apresuradamente.

- Ya estoy en tu puerta, ábreme. – responde Pablo.

Ella mira por la ventana y ahí está su auto, y ahí baja él, caminando graciosamente como si acabara de cometer la mejor travesura.. Ya la vio. Le abre la puerta y entra.

-¿Quién más va venir? - Pregunta él, con cierta alegría.

Y ella recién lo nota. Hay tres espacios puestos en la mesa. Se miran.

- Te sirvo, seguro que todavía no has comido.

Ella lo acomoda en el sitio de Efraín.

Mientras calienta la comida para su padre piensa en maneras de evitar ahora la visita de su madre y Efraín. Sabe que la tarea es difícil, pues ésta es la noche en la que ella lo vería por primera vez. Prácticamente nada podría detener esta visita. Excepto decir que está él ahí.

- Pero ¿por qué haría eso? ¿No merece acaso saber? – piensa María. Y lo mira desde la cocina mientras sirve su plato como lo hacía cuando vivían los tres juntos y luego ella se sentaba a comer con él y conversaban, y llegaba su madre y él sacaba un vino, y todos reían y eran una pequeña familia de tres. Ahora, hay tres familias de uno.

-¿Por qué no hoy?.

Pablo en cambio, no lo ve hace treinta años. Pero todavía recuerda con disgusto aquellos días, cuando Efraín y Natalia eran novios. Cuando los tres trabajaban en la misma oficina y él admiraba de lejos a Natalia. Fue una gran suerte para Pablo que Natalia y Efraín se hubieran separado, pues gracias a eso, Pablo y Natalia se conocieron, se hicieron novios y se casaron. Fue duro en cambio para Efraín, quien a pesar de sus esfuerzos por recuperarla nunca logró de ella siquiera un saludo. Su engaño había destruido la confianza de años y Natalia jamás lo perdonaría. Nunca aceptaría eso. Además, ahora amaba a Pablo.

Pero hace cinco meses que Pablo le dijo a Natalia que estaba aburrido, que no la amaba, que quería enamorarse de nuevo, que quería a alguien más joven, que se iba. Y fue hace un mes, que Natalia y Efraín se encontraron nuevamente. Y desde ese día él no ha parado de decirle cuán bella es, cuánto la extrañó, cuánto la ama todavía.

Suena el celular, María lo levanta, número privado.

- Hola ma.

- María linda, ya estamos llegando, Efraín tuvo un problema en la oficina, te lo cuento allá. Tenemos un vino así que saca tres copas.

María saca cuatro copas de la cocina, pero no las pone en la mesa. Se sienta al lado de su padre a acompañarlo mientras come.

- ¿Quién era?.

-Mi mamá. Dice que ya viene.

-Ah qué bueno. Creo que la extraño un poco, ¿sabes? Mira hija no sé si vayamos a volver pronto, pero creo que sí podemos arreglar algunas cosas.

-Qué bueno pa.

-Sí, estoy contento.

Suena el timbre. María abre sin ver quién es. Se queda parada al lado de la puerta a esperar que aparezcan Natalia y Efraín.

Voltea a ver a su padre y lo ve mirar la puerta con emoción. Sin dejar de mirarlo siente la llegada de su madre. Ve a su padre limpiarse la boca con la servilleta, enderezarse, acomodarse un poco el poco pelo. De pronto lo ve congelar la sonrisa. Endurecer los ojos, ajustar la boca, poner las manos sobre la mesa. Hacer amague de levantarse, pero permanecer sentado, bien agarrado de su sitio, inamovible. María voltea a ver a la pareja. Efraín está cogiendo de la cintura a su madre, ambos miran a Pablo. Antes de que el silencio helado inunde su casa, María saluda a los recién llegados y los invita a pasar.

Pablo se levanta, Natalia lo saluda con un beso incómodo en el cachete y se hace a un lado para que Efraín le ofrezca la mano a Pablo. Pablo recibe el saludo y ambos se miran a los ojos sin que alguno de ellos sepa cuándo retirar la mirada y soltarse las manos que cada vez se aprietan más. María interrumpe.

-Siéntense, por favor.

Efraín y Natalia se acomodan en los dos sitios restantes, María acomoda tres copas, nadie habla.
-Qué sorpresa Natalia, no esperaba verte así tan pronto. – dice Pablo.

-¿Así cómo?- pregunta Natalia.

-Tan mal acompañada- responde.

Efraín respira profundamente. Voltea a mirar a Natalia quien con un gesto le implora paciencia.

- Mal acompañada no estoy hace meses- responde Natalia con tranquilidad.

María desde la cocina contiene las lágrimas. No puede intervenir. Demora la comida, se esconde entre el horno caliente y el ruido de la sartén que salpica aceite hirviendo.

- Pablo, no sabíamos que estarías aquí. – dice Efraín.

- Yo tampoco sabía que estarías tú- responde Pablo.

- Bueno, tarde o temprano lo ibas a saber Pablo. O qué querías, que me quede pensando en ti toda la vida. – dice Natalia tratando de no levantar la voz.

Pablo se mete un gran bocado de carne a la boca y lo mastica furiosamente. Efraín se levanta de la mesa y va a la cocina a pedirle un descorchador a María.

Natalia y Pablo se miran en silencio, ninguno de los dos está seguro de su posición. Ninguno de los dos está seguro de querer al otro pero tampoco de no quererlo de vuelta. Sólo se miran, tratando de encontrar en el otro a la persona que perdieron hace cinco meses. Pero no se encuentran. Han cambiado, son otros con la cara de la persona más importante de sus vidas.

Pablo se levanta, se acerca a Natalia y le toma la cara con las manos. Cierra los ojos y le da un beso en la frente. Natalia cierra los ojos también, y siente en su rostro las manos tibias que tomó por treinta años.

María siente un portazo. Sale de la cocina y ve a su madre en la ventana, quieta.

- ¿Mamá?

Pero ella no voltea. Y María no insiste. Vuelve a la cocina y le pregunta a Efraín cosas que en verdad no le importan. Y él le responde con tanto entusiasmo que ella no se atreve a interrumpirlo para recordarle que hay que descorchar el vino. Lo hace ella, y sirve las copas en la mesa, y una cuarta en la cocina, y la deja llena por si vuelve su padre.

Y va a la mesa, y acompaña a cenar a su madre, que parece estar feliz con Efraín. Conversan, se ríen un poco, están comiendo los dos juntos y ella toma vino y los mira. La noche termina cordialmente, se despiden y prometen verse pronto, y salir, y conocerse y se van.

María recoge la mesa, lava los platos, guarda la comida restante, acomoda las sillas. Y se queda en su casa, con su familia de uno. Y de pronto la idea de formar ella misma su familia de a dos y luego de a tres no le parece tan descabellada. Pero igual deja un sitio para su padre, y un poco más lejos, al otro lado de la mesa, le hace otro a su madre, y se sienta al medio y les sugiere que conversen, que se disculpen, que regresen.



* * *

Uno, dos, tres cigarros.


Los tres solían tomar juntos, comer juntos. Fumaban cigarrillos, conversaban, se reían y luego Andrea se quedaba sola, porque Carla y Antonio se iban al cuarto y ahí se quedaban hasta el día siguiente. Andrea se despedía, les deseaba buenas noches y luego encontraba algo que hacer, alimentar a la gata, regar las plantas, lavar algunos platos, porque irse a dormir sola no era lo que quería hacer.

Esa noche Andrea, Antonio y Carla, iban terminando una botella de pisco cuando hablaban de una pareja de amigos que conocían desde hace mucho. Recordaban las veces que él se había ido con otras mujeres y todas las otras en las que, luego de un poco de llanto, ella lo aceptaba de vuelta.

- Imagínate tener que pensar cada vez una excusa distinta. Estaba borracho, no quise, no me di cuenta, no significó nada para mí. – dijo Andrea. – Tienen que habérsele acabado todas esas para que diga lo que dijo.

- ¿Qué dijo? – preguntó Carla.

- Se comparó con Michael Douglas. – le respondió Antonio.

- ¿Qué? ¿Por qué? – dijo Carla.

- ¿Te acuerdas que Michael Douglas tuvo una época de maniático sexual? ¿Qué se iba de putas todas las noches hasta que conoció a Catherine Zeta Jones? – respondió Antonio

- Le dijo que ella era su Catherine, que por ella iba a cambiar para siempre. Que ésta era la última. – le dijo Andrea a Carla.

- Ella le dijo que ya, que lo aceptaba de vuelta en la casa. – Antonio terminó la historia para Carla.

- ¿Y ella le creyó? – preguntó Carla.

Antonio respondió con un movimiento de cabeza, los dos se echaron a reír. Carla dijo:

- Mira si es cojuda. Tiene frente a sus narices todas sus idas y venidas y aún así lo acepta de vuelta.

Y Andrea respondió:

- Yo no sé qué haría en su lugar. Por lo menos él no puede con la culpa y le dice todo lo que hace. Hay otros que hacen sus cosas tan a escondidas que una nunca se daría cuenta.

Apagó el cigarro que estaba fumando y que iba por la mitad, y puso el cenicero sobre la mesa. Carla se sirvió lo que quedaba en la botella de pisco y lo tomó de un solo sorbo. Antonio tomó el cigarro a medio apagar de Andrea, se lo llevó a la boca, aspiró y aspiró una segunda vez hasta resucitarlo. Siguió fumando, Andrea sonrió. Carla, con la pequeña copa todavía en la mano, le quitó el cigarro a Antonio.

- Qué manía tan horrible tienes de sacar los cigarros del cenicero cuando has tomado mucho. – le dijo Carla – Es asquerosa.

Y apagó el cigarro.

- A mí me parece gracioso- dijo Andrea.

A Carla le molestó un poco que lo diga mirando a Antonio, si le estaba hablando a ella. Y entonces miró también a Antonio, que a veces no se daba cuenta de algunas cosas. A veces no le gustaban sus ojos, porque no siempre la miraban a ella. Tampoco le gustaba que fumara tanto, y menos los cigarros del cenicero, porque luego cuando lo besaba él le decía que no amor, que acaba de fumar y a ella no le gusta. Y luego cuando ella le pedía que dejara de fumar, él se reía, y le decía que algún día. Tampoco le gustaba su pelo cuando estaba despeinado, ni sus camisas mal abotonadas, sus zapatillas, las mismas de siempre, le molestaban. Pero lo quería. Y a veces se preguntaba por qué pero luego concluía que simplemente lo quería y ese desconcierto le gustaba.

Andrea miraba a Antonio fumar y se sentía contenta porque cada vez que ella dejaba los cigarros a medio apagar él los tomaba con prisa, los revivía y los fumaba hasta el final. Sonreía porque estaba casi segura de que él lo hacía porque entendía que ella lo estaba esperando y cada cigarro que compartían era un pequeño paso que los acercaba. Pero dejó de sonreír de pronto, cuando pensó en el tiempo que podría pasar hasta que Carla se diera cuenta de lo que ocultaban y lo que eso ocasionaría, pero se tranquilizó pensado que tarde o temprano sucedería y entonces todo lo malo pasaría pronto y luego ella sería feliz con Antonio, porque a ella le gustaba tal y como era, con sus cigarros, sus zapatillas viejas, sus camisas desarregladas.

Antonio miró, dentro del cenicero, el cigarro que había sido de Andrea y que Carla había apagado. Nunca se había puesto a pensar por qué los recogía, ni por qué Andrea los dejaba pero esa noche pensó que no quería dejar de fumar, porque lo disfrutaba y ahora que lo piensa, el sabor de los cigarros de Andrea le gustan un poco más que los suyos. A veces querría que Carla se fuera a dormir más temprano, y que él y Andrea se quedaran un rato más conversando, porque ella le divertía, lo relajaba. Le gustaba que ella también tuviera unas zapatillas viejas que siempre usaba con orgullo. Volteó a mirar a Carla y pensó que con ella, en cambio, se sentía seguro. Sentía que ella lo llevaría hacia delante porque ella es así, avanza y él a veces se pierde. No puede solo y no sabría cómo hacerlo sin ella. Por eso no ha vuelto a besar a Andrea, ni ha vuelto a entrar a su cuarto cuando Carla no está. Pero esa noche sintió algo distinto.

Carla se levantó, recogió los vasos, los ceniceros y dijo que tenía sueño, que era hora de irse a dormir.

Andrea miró a Antonio.

- Creo que hay un par de cervezas en la cocina – le dijo, y encendió un cigarro.

Carla se despidió de Andrea y fue a su cuarto.

- ¿Antonio, vienes? – gritó Carla desde su cuarto.

Antonio se levantó, fue hacia Andrea y le dio un beso con sabor a sus cigarros. Andrea lo besó de vuelta, lo abrazó, él se sentó a su lado y le dijo al oído.

- Dime tú.

Andrea lo miró, pensó en ella, en él, en Carla, en su amiga, en Antonio, su amistad de años, en el amor que sentía, en ella de nuevo.

- ¿Antonio? – insistió Carla a lo lejos.

Antonio se levantó, miró a Andrea .

- ¿Me respondes mañana?

Andrea asintió con la cabeza lentamente. Antonio caminó hacia el cuarto de Carla y Andrea oyó la puerta cerrarse.

Andrea se quedó sola y vio que no había mucho por hacer. Carla ya había limpiado lo poco que habían ensuciado, las plantas estaban regadas, la gata no volvía de su paseo nocturno, así que fue a su cuarto, que estaba al lado del de Carla, a ver televisión y subió el volumen porque no le gustaba oír a Antonio y Carla cuando hacían el amor.

anoche al acostarme.

mini obra de 10 minutos.

y dice
así:

Mario está sentado a los pies de su cama. Es de noche ya. Lucía entra al cuarto, se cambia para dormir y se mete a la cama. Apaga la luz de su velador. La de Mario sigue encendida.

MARIO:
Anoche al acostarme encontré un duende debajo de
la sábana.


LUCÍA:
¿Qué?


MARIO:
Sí, era pequeño, bonito... no dijo nada.


LUCÍA:
Un duende pequeño, bonito y mudo...


MARIO:
No era mudo, simplemente no dijo nada.


LUCÍA:
¿Cómo sabes que no era mudo?


MARIO:
No parecía mudo.


LUCÍA:
Pero no dijo nada.


MARIO:
Eso no significa que sea mudo.


LUCÍA:
Bueno, no era mudo. ¿Qué hacía aquí?


MARIO:
No lo sé.
LUCÍA:
Si no dijo nada, ¿para qué vino?


MARIO:
Ya te dije, no sé.


LUCÍA:
Le hubieras preguntado algo, así hubiéramos sabido para qué vino y de paso descartábamos que fuera mudo.


MARIO:
No se me ocurrió preguntarle nada.


LUCÍA:
Está bien, de repente vuelve. Si lo ves de nuevo
le preguntas, ya me quedé con la duda.


MARIO:
Está bien.


LUCÍA:
Bueno, apaga la luz y vamos a dormir.


MARIO:
Una vez leí que cuando aparecen los duendes es porque vienen a avisarte cosas...


LUCÍA:
¿Cosas? ¿Buenas o malas?


MARIO:
Espero que buenas...


LUCÍA:
Pero este duende no dijo nada, tú mismo lo has dicho. De repente era un duende sin misión, un duende perdido.


MARIO:
No creo, porque me miró de cierta forma.


LUCÍA:
¿Cómo te miró?


MARIO:
Así... (le hace un gesto de duende preocupado)...Y de pronto desapareció.


LUCÍA:
Qué duende tan poco serio, viene te mira y se va... ¿Seguro que no se llevó nada? Porque por lo que me cuentas es un duende intruso.


MARIO:
No me pareció un intruso... más bien parecía un invitado sin invitación, de esos que se aparecen de pronto y te alegran la noche.


LUCÍA:
Ya duérmete, es tarde.


MARIO:
No, no quiero dormir.


LUCÍA:
¿Por qué? ¿tienes miedo que vuelva?


MARIO:
No... sólo que quería contártelo.


LUCÍA:
Ya me lo contaste.


MARIO:
Pero no te duermas, espéralo conmigo..



LUCÍA:
Tienes miedo.


MARIO:
No, no tengo miedo.


LUCÍA:
Entonces duérmete.


MARIO:
No tengo sueño. Por favor, espéralo conmigo. Quiero que tú también lo veas.


LUCÍA:
Tengo una reunión mañana temprano, ¿te acuerdas? Si no duermo bien me despierto con los ojos hinchados.


MARIO:
Sí me acuerdo...pero te lo pido como un favor... además, se te ve graciosa con tus ojos hinchados.


LUCÍA:
Sólo a ti te da risa. Se me ve horrible...


MARIO:
¿Por favor?


LUCÍA:
No sé a quién se le ocurre esperar duendes a esta hora... sólo a ti.


MARIO:
Gracias.


LUCÍA:
Ya, no me agradezcas mucho y más bien a ver si te comunicas mentalmente con tu duende para que venga de una vez.


MARIO:
(SE RÍE) Estaría bien eso de comunicarse con un duende ¿no?


LUCÍA:
Sería muy raro en verdad...


MARIO:
No me parece raro, la telepatía existe. Tú y yo deberíamos probarlo.


LUCÍA:
A ver piensa algo a ver si te oigo.


Mario se concentra.


LUCÍA:
“Pobre Lucía, mejor le digo que se duerma”. ¡Eso has pensando!


MARIO:
No, pensé “te quiero mucho”.


LUCÍA:
Mmm... no tenemos telepatía entonces...


MARIO:
Ya, otro intento, ahora piensa tú.


LUCÍA:
A ver... (SE CONCENTRA)... Ya.


MARIO:
“Mario, te amo”. Eso pensaste.


LUCÍA:
No, pensé Mario estás mal de la cabeza...



MARIO:
¿Por qué estoy mal de la cabeza?


LUCÍA:
¿Por qué? Mira, si me preguntas eso es porque definitivamente estás mal de la cabeza... Confirmado.


MARIO:
¿Está mal querer hablar contigo un rato?


LUCÍA:
A esta hora, mientras esperamos a un duende que no llega, sí.


Mario no responde.


LUCÍA:
Perdón, Mario, pero estoy cansada. Mejor me duermo.


MARIO:
Cinco minutos más, vas a ver que va venir.


LUCÍA:
(COMO PARA ELLA) Los duendes no existen....


MARIO
¿Qué?


LUCÍA
¡Los duendes no existen!


MARIO:
Éste sí existe, Lucía, este sí. No me digas que no.... por favor...


LUCÍA:
¡¿Qué quieres que te diga?!


MARIO:
Quiero que me digas que va venir, quiero que te quedas despierta conmigo toda la noche, quiero... te quiero a ti...


LUCÍA:
Mario duérmete ya, por favor, ¿sí?


MARIO:
¿Se acabó todo?


LUCÍA:
Hablamos mañana, estoy cansada, por favor.


MARIO:
Da lo mismo mañana que hoy, háblame hoy.


LUCÍA:
No es lo mismo. No es.


MARIO:
¿Mañana sí vamos a tener telepatía?


LUCÍA:
No sé..


MARIO:
(REPITE, SORPRENDIDO) No sé...


Se hace silencio, Mario se levanta de la cama, se viste, se dispone a salir.


LUCÍA:
¿Qué haces?


MARIO:
Buenas noches Lucía...


LUCÍA:
Ya... mira, esperemos al duende.


MARIO:
No... mejor no. Igual ya no sé si venga...


LUCÍA:
¡Oye! ¡Oye! ¡Tú tienes que estar seguro de que va
venir, Mario! ¡Tú tienes que estar seguro!


MARIO:
¿Y por qué yo sí? ¿Por qué tengo que ser yo el que crea?


LUCÍA:
Porque si tú no crees no nos queda nada... tú no puedes dudar nunca... tú no...


MARIO:
Así no es Lucía... así no funciona...


LUCÍA:
No digas eso... ¡te dije que quería dormirme! ¡Hoy no quería hablar de nada!


MARIO:
Entonces duérmete...


LUCÍA:
No...


MARIO:
Duérmete Lucía... sino mañana te despiertas con los ojos hinchados y a ti no te gusta eso. Tu reunión es importante. Duerme.


LUCÍA:
Mario...


MARIO:
Tus ojos Lucia, acuérdate... tus ojos...


LUCÍA:
¿Y tú?


MARIO:
Yo voy a tener que esperarlo... ¿Qué crees, que viene o que no viene?


LUCÍA:
Espero que venga...


MARIO:
Entonces duérmete, mañana te cuento.


LUCÍA:
Está bien...


MARIO:
Buenas noches...


LUCÍA:
Buenas noches...


Lucía le da un beso, apaga su luz, trata de dormir. Mario la mira, con la luz de su velador encendida.


MARIO:
Por favor regresa...