Uno, dos, tres cigarros.


Los tres solían tomar juntos, comer juntos. Fumaban cigarrillos, conversaban, se reían y luego Andrea se quedaba sola, porque Carla y Antonio se iban al cuarto y ahí se quedaban hasta el día siguiente. Andrea se despedía, les deseaba buenas noches y luego encontraba algo que hacer, alimentar a la gata, regar las plantas, lavar algunos platos, porque irse a dormir sola no era lo que quería hacer.

Esa noche Andrea, Antonio y Carla, iban terminando una botella de pisco cuando hablaban de una pareja de amigos que conocían desde hace mucho. Recordaban las veces que él se había ido con otras mujeres y todas las otras en las que, luego de un poco de llanto, ella lo aceptaba de vuelta.

- Imagínate tener que pensar cada vez una excusa distinta. Estaba borracho, no quise, no me di cuenta, no significó nada para mí. – dijo Andrea. – Tienen que habérsele acabado todas esas para que diga lo que dijo.

- ¿Qué dijo? – preguntó Carla.

- Se comparó con Michael Douglas. – le respondió Antonio.

- ¿Qué? ¿Por qué? – dijo Carla.

- ¿Te acuerdas que Michael Douglas tuvo una época de maniático sexual? ¿Qué se iba de putas todas las noches hasta que conoció a Catherine Zeta Jones? – respondió Antonio

- Le dijo que ella era su Catherine, que por ella iba a cambiar para siempre. Que ésta era la última. – le dijo Andrea a Carla.

- Ella le dijo que ya, que lo aceptaba de vuelta en la casa. – Antonio terminó la historia para Carla.

- ¿Y ella le creyó? – preguntó Carla.

Antonio respondió con un movimiento de cabeza, los dos se echaron a reír. Carla dijo:

- Mira si es cojuda. Tiene frente a sus narices todas sus idas y venidas y aún así lo acepta de vuelta.

Y Andrea respondió:

- Yo no sé qué haría en su lugar. Por lo menos él no puede con la culpa y le dice todo lo que hace. Hay otros que hacen sus cosas tan a escondidas que una nunca se daría cuenta.

Apagó el cigarro que estaba fumando y que iba por la mitad, y puso el cenicero sobre la mesa. Carla se sirvió lo que quedaba en la botella de pisco y lo tomó de un solo sorbo. Antonio tomó el cigarro a medio apagar de Andrea, se lo llevó a la boca, aspiró y aspiró una segunda vez hasta resucitarlo. Siguió fumando, Andrea sonrió. Carla, con la pequeña copa todavía en la mano, le quitó el cigarro a Antonio.

- Qué manía tan horrible tienes de sacar los cigarros del cenicero cuando has tomado mucho. – le dijo Carla – Es asquerosa.

Y apagó el cigarro.

- A mí me parece gracioso- dijo Andrea.

A Carla le molestó un poco que lo diga mirando a Antonio, si le estaba hablando a ella. Y entonces miró también a Antonio, que a veces no se daba cuenta de algunas cosas. A veces no le gustaban sus ojos, porque no siempre la miraban a ella. Tampoco le gustaba que fumara tanto, y menos los cigarros del cenicero, porque luego cuando lo besaba él le decía que no amor, que acaba de fumar y a ella no le gusta. Y luego cuando ella le pedía que dejara de fumar, él se reía, y le decía que algún día. Tampoco le gustaba su pelo cuando estaba despeinado, ni sus camisas mal abotonadas, sus zapatillas, las mismas de siempre, le molestaban. Pero lo quería. Y a veces se preguntaba por qué pero luego concluía que simplemente lo quería y ese desconcierto le gustaba.

Andrea miraba a Antonio fumar y se sentía contenta porque cada vez que ella dejaba los cigarros a medio apagar él los tomaba con prisa, los revivía y los fumaba hasta el final. Sonreía porque estaba casi segura de que él lo hacía porque entendía que ella lo estaba esperando y cada cigarro que compartían era un pequeño paso que los acercaba. Pero dejó de sonreír de pronto, cuando pensó en el tiempo que podría pasar hasta que Carla se diera cuenta de lo que ocultaban y lo que eso ocasionaría, pero se tranquilizó pensado que tarde o temprano sucedería y entonces todo lo malo pasaría pronto y luego ella sería feliz con Antonio, porque a ella le gustaba tal y como era, con sus cigarros, sus zapatillas viejas, sus camisas desarregladas.

Antonio miró, dentro del cenicero, el cigarro que había sido de Andrea y que Carla había apagado. Nunca se había puesto a pensar por qué los recogía, ni por qué Andrea los dejaba pero esa noche pensó que no quería dejar de fumar, porque lo disfrutaba y ahora que lo piensa, el sabor de los cigarros de Andrea le gustan un poco más que los suyos. A veces querría que Carla se fuera a dormir más temprano, y que él y Andrea se quedaran un rato más conversando, porque ella le divertía, lo relajaba. Le gustaba que ella también tuviera unas zapatillas viejas que siempre usaba con orgullo. Volteó a mirar a Carla y pensó que con ella, en cambio, se sentía seguro. Sentía que ella lo llevaría hacia delante porque ella es así, avanza y él a veces se pierde. No puede solo y no sabría cómo hacerlo sin ella. Por eso no ha vuelto a besar a Andrea, ni ha vuelto a entrar a su cuarto cuando Carla no está. Pero esa noche sintió algo distinto.

Carla se levantó, recogió los vasos, los ceniceros y dijo que tenía sueño, que era hora de irse a dormir.

Andrea miró a Antonio.

- Creo que hay un par de cervezas en la cocina – le dijo, y encendió un cigarro.

Carla se despidió de Andrea y fue a su cuarto.

- ¿Antonio, vienes? – gritó Carla desde su cuarto.

Antonio se levantó, fue hacia Andrea y le dio un beso con sabor a sus cigarros. Andrea lo besó de vuelta, lo abrazó, él se sentó a su lado y le dijo al oído.

- Dime tú.

Andrea lo miró, pensó en ella, en él, en Carla, en su amiga, en Antonio, su amistad de años, en el amor que sentía, en ella de nuevo.

- ¿Antonio? – insistió Carla a lo lejos.

Antonio se levantó, miró a Andrea .

- ¿Me respondes mañana?

Andrea asintió con la cabeza lentamente. Antonio caminó hacia el cuarto de Carla y Andrea oyó la puerta cerrarse.

Andrea se quedó sola y vio que no había mucho por hacer. Carla ya había limpiado lo poco que habían ensuciado, las plantas estaban regadas, la gata no volvía de su paseo nocturno, así que fue a su cuarto, que estaba al lado del de Carla, a ver televisión y subió el volumen porque no le gustaba oír a Antonio y Carla cuando hacían el amor.