Extraños días éstos, en que la competencia lo domina todo. En el siglo XXI el éxito de un individuo ya no es un espejo para el resto. Ya nadie se alegra por él. De hecho ya ni siquiera se le envidia. Al triunfador solamente se le critica o incluso se sospecha del origen de su ascenso social. Salvo que hablemos de un desconocido, claro ( a los conocidos, ni agua ). En ese caso solemos admirar el resultado, pero nunca el camino recorrido hasta llegar a él. Y si el sujeto finalmente ha caído, su currículum se hace invisible de repente, pues sólo veremos "un fracasado" frente a nosotros.
Es cierto que los sistemas retributivos de las empresas no animan a otra cosa. Ya no se paga la fidelidad a la empresa, más bien lo contrario. La antigüedad es un carga y lo que se valora es la novedad. ¿Quién no ha pensado alguna vez que se paga mejor a los recién llegados que a los veteranos con experiencia? Y no hablo de gente en el fin de su carrera, sino de "veteranos" de 30 años con cinco años en el mismo puesto que ven como a su lado ponen a otro treintañero que cobra el doble que ellos por el mismo trabajo. No es de extrañar por tanto que se reciba a los "nuevos" con miradas de desconfianza y desde luego sin ninguna ilusión.
Poco a poco vamos entrando todos en una espiral de competencia, y sucede que nadie entiende porque alguien decide detener su carrera por propia voluntad. Oímos que Pepe o Juan han decidido cambiar su sueldo por calidad de vida y sólo lo concebimos si ha tenido alguna enfermedad o golpe vital por medio. ¿Renunciar a la pasta o a la fama por que sí? Imposible.