Manolo E. Vela Castañeda | manolo.vela@ibero.mx Cuando reciba esta carta Usted estará en su casa, al lado de su familia, arropado, tranquilo. Pero para muchos guatemaltecos Usted es un genocida y un criminal de guerra, que fue condenado en un juicio. Claro, después de aquel proceso los poderosos de siempre le ayudaron, haciendo que tres magistrados deshonestos –Alejandro Maldonado Aguirre, Héctor Hugo Pérez Aguilera y Roberto Molina Barreto, sus nombres ya nunca se nos olvidarán– le hicieran el favor de dejarlo en libertad. Como comenté en otra parte: en Guatemala los de arriba siempre han tenido –a sus órdenes– a “sus” magistrados.
Pero en la historia de la humanidad Usted, general, es reconocido ya como uno de los más grandes genocidas, a la par de Hitler (Alemania), Stalin (URSS), Mao Tse Tung (China), Pol Pot (Cambodia), Idi Amín (Uganda), Augusto Pinochet (Chile), Marko Mladic (Yugoslavia), entre otros… Las atrocidades cometidas por las tropas del Ejército que Usted comandó no podían permanecer tapadas por un dedo. Solo a Ustedes, los militares, pudo habérseles ocurrido que lo que estaban haciendo no iba a salir a la luz pública, que por siempre iban a mantener bajo su control a la sociedad y a las instituciones. Pero es que claro, hacia 1982, Ustedes habían detentado el poder por dos décadas. Hacia 1982 estaban en la cima, omnipotentes y eufóricos; detentando un poder absoluto, casi como dioses.
En su estrategia de defensa, general Ríos, Usted no perdió el tiempo intentando desmentir las atrocidades cometidas por las tropas del Ejército que Usted dirigía. Cuando declaró ante el tribunal –el que lo condenó a prisión– Usted afirmó que “yo no era un comandante de compañía; yo no era un jefe de batallón; yo no era un comandante de zona. Yo era un jefe de Estado”. Y además indicó que “cada comandante tiene una jurisdicción, una autonomía […] y en consecuencia es el jefe del Estado Mayor de la Defensa el responsable de las operaciones”. Pero también indicó que “a mí, el Jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional o el Ministro de la Defensa no me daban informes de ninguna naturaleza”. Pero es que el Jefe de Estado tenía –general Ríos– el derecho y la obligación de saber. No se trata de si a Usted sus subordinados no le informaban, sino que Usted, DEBÍA estar enterado, porque era parte de las obligaciones propias de su cargo.
Pero Usted, general, estaba lejos de ser un “oficial de despacho”. Al contrario: a Usted le gustaba estar con las tropas. Les daba discursos –muy a su modo, alternando gritos–, y con esto pretendía subirles la moral, alentándoles a hacer lo que debían hacer: matar. Les comunicaba, también, por distintos medios y de diversas formas, que lo que seguía era un pacto de impunidad: que nadie iba a decir nada, porque nadie debía enterarse de estos hechos. Que esto era parte de una guerra contra civiles; porque las guerrillas –Ustedes lo sabían bien– se habían replegado ya y se hallaban fuera de su alcance. ¡Ah qué guerra más infame! atacar a mujeres, niños y ancianos.
Usted no fue un general que estuviera de espaldas a las matanzas que en las ciudades y en las diversas regiones de Guatemala se llevaban a cabo. Usted le imprimió entusiasmo a las operaciones de contrainsurgencia en las que se empezó –de forma sistemática– a cometerse actos de genocidio. Solo así es posible –para mí– entender cómo, mientras escuchaba a los testigos en el juicio, sobrevivientes de las atrocidades cometidas por sus tropas, Usted seguía inmutable, ni una muestra de humanidad apareció en sus ojos; Usted hacía como que si veía un papel; y por momentos hasta llegó a esbozar una sonrisa nerviosa y arrogante. Usted es una de esas personas en las que el mal echó raíces y se apoderó de su conciencia. Usted, general, fue la muerte y es el rostro del dolor de muchos.
General Ríos: a Usted no se le juzgó porque haya salvado al país de la subversión, sino porque las tropas del Ejército bajo su mando mataron a miles y miles de personas indefensas. Sus subordinados cometieron un tipo de actos muy particulares: violaciones, formas atroces de matar, tortura, violencia inútil, general Ríos. De esto se le acusó y por esto fue que se le condenó, general. Usted no podía detener estos hechos, general Ríos, porque Usted fue un asesino entusiasta, adicto a causar miedo a través del terror.
Tengo que aclararle que estas líneas no están inspiradas en mis convicciones políticas, que todos las tenemos y derecho a ello nos asiste. Responden, simple y llanamente, más bien, al muy básico sentido de humanidad con el dolor de los otros, de muchos. Pero esto es algo que ni Usted, ni quienes le apoyan, son capaces de sentir.
Usted es uno de esos criminales –como muchos en Guatemala– que seguirán libres, hasta que la justicia le alcance de nuevo, o su vida llegue a su fin. Entonces, general, sus familiares podrán verlo acicalado para los últimos homenajes, y tendrá un entierro digno; el mismo que las tropas a su mando le negaron a tantos y tantos guatemaltecos. Allí empezará otro camino, hacia otro lugar, donde seguro, volverá a ser juzgado. Pero en aquel lugar ya no podrá contar ni con Maldonado Aguirre, ni con Pérez Aguilera, ni con Molina Barreto. Mientras ese momento llega, que no será de descanso eterno, siga disfrutando de la libertad y del confort de un domingo cualquiera en algún lugar de la Ciudad de Guatemala.
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