Dos trasplantes: dos nuevas vidas

¿Cómo se vive con un trasplante? ¿Cuáles son los miedos? ¿Qué viene después con el nuevo órgano?. En esta nota, dos testimonios de personas que fueron trasplantadas para seguir viviendo.

Por: Magdalena Ehul Ayerza

Margarita Oceho (42) es de Santander, España. Ella nació con una enfermedad genética llamada Fibrosis Quística, una patología degenerativa y sin cura hasta el momento. “La FQ afecta principalmente al sistema pulmonar y digestivo, causando deterioro progresivo en los órganos”.

El tiempo pasaba y el deterioro pulmonar era cada vez mayor. “Con solo 26 años, mi capacidad pulmonar se redujo al 25%, haciendo que necesitara oxígeno permanentemente, mi calidad de vida se había ido y mi única esperanza para poder seguir viviendo, era recibir un trasplante pulmonar. Enfrentarse al momento en el que te dicen que necesitás un trasplante es muy duro, me costó mucho asimilarlo y afrontar los miedos a la cirugía a que no llegue el órgano a tiempo, a no sobrevivir al trasplante. Sabés que te jugás la vida y es muy difícil”.

Para suerte de Margarita, el órgano no tardó en aparecer y al mes y medio de estar en lista de espera le avisan que iba a ser trasplantada. “Me operaron en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid y todo salió muy bien. Tuve que hacer rehabilitación la cual consistía sobre todo en ejercicios respiratorios para potenciar los nuevos pulmones y en ejercicio para recuperar masa muscular y estado físico. Fue un período de tiempo en el que aprendí a respirar de nuevo, a reir sin ahogarme tosiendo, a caminar sin cansarme, sensaciones que ya o recordaba cómo eran. Después del trasplante, retomé mis estudios y tiempo después comencé a trabajar. Mi vida hoy en día es prácticamente normal, siempre me realizo los controles médicos y me cuido mucho para evitar tener cualquier tipo de infección, ya que al estar inmunosuprimida mis defensas son muy bajas y las consecuencias pueden ser graves. Trato de tener hábitos saludables como comer sano, no beber alcohol, no estar en lugares con humo, hacer ejercicio físico y sobre todo, disfrutar la vida. A los que están esperando un trasplante les diría que no pierdan nunca la esperanza, que no se den por vencidos, ni aún vencidos, todo llega y merecerá la pena. Al resto: donen sus órganos, son muchas las personas que dependen de ese gesto de solidaridad para seguir viviendo. Los que hemos recibido un trasplante recordamos y agradecemos cada día de nuestra vida a nuestro donante, y a su familia, porque no hay mayor gesto de amor, que el regalo de vida que nos hicieron. No te lleves tus órganos al cielo, Dios sabe que los necesitamos aquí”.



José Luis Diez (63) es de San Isidro, Provincia de Buenos Aires, padre de 4 hijos y abuelo de 7 nietos. En el año 2011 comenzó a sentirte extremadamente cansado: por la mañana se tomaba la combi que lo llevaba al centro para el trabajo, llevaba medio dormitando, a las dos horas se quedaba dormido en la oficina y así durante todo el día. Teniendo a dos de sus hijos viviendo en el interior de la Provincia de Buenos Aires, un fin de semana con su mujer fueron a visitarlos, pero José se lo pasó durmiendo todo el día, sin fuerza siquiera para jugar con sus nietos. Decidieron ver a un especialista y le dijeron que lo más probable tenía que ver con depresión, lo medicaron para eso. Sin embargo, los cansancios continuaban y cada vez eran más agudos. “A fin de año del 2011 empecé a hacer nuevas y más consultas, yo me daba cuenta de que algo no andaba bien y que no era depresión. Me hice una serie de análisis hasta que llegué a un hepatólogo, el Dr. Marcelo Silva quien me atendió en el Hospital Austral, que me dijo que tenía el Síndrome de Nasch o cirrosis del no alcohólico y que pensemos en la posibilidad de un trasplante. Sinceramente no me lo tomé en serio, creí que con una simple medicación y cuidado me iba a mejorar. Hasta que un día en el 2012, volví a verlo como era de costumbre para ir chequeando los análisis, mi mujer me acompañaba siempre porque te olvidas de las cosas y perdés el equilibrio por el mal funcionamiento del hígado, cuando me dijo: “La única alternativa es un trasplante”. En ese momento fue como si me pegaran una piña en el medio de la cara. Salimos del consultorio, llegamos a casa y ni mi mujer ni yo dijimos nada”.

Una vez aceptada la noticia, anotaron a José en la lista de espera del INCUCAI y los méidcos, al ver que todos los demás órganos le funcionaban perfectamente, esperaban encontrar un hígado en las mejores condiciones. Sin embargo, de a poco, fueron más flexibles en la búsqueda. “Cada vez que sonaba el teléfono por la noche me ilusionaba que el hígado había llegado. Es muy desgastante eso, estás muy ansioso. Mi médico me fue preparando para que tenga apoyo psicológico y hable con algún trasplantado, eso me sirvió muchísimo. En septiembre del 2013, es decir, un año después de la noticia, apareció un hígado. Esa mañana mi mujer estaba leyendo el diario cuando vio una nota sobre el Cura Brochero y su beatificación. En ésta decía que los curas gauchos no hacían favores sino “gauchadas”, a lo que mi mujer, quien ya no daba más, les pidió que aparezca un hígado para mi. Minutos después sonó el teléfono y eran desde el Hospital Austral avisándonos que se hacía el trasplante esa misma mañana. Llegué a la guardia, me estaban esperando unas 6 personas, me hicieron los análisis correspondientes y a las 11 de la mañana entré en el quirófano. Yo estaba totalmente entregado y preparado, de hecho entré como si fuera a ver una película al cine. Por suerte el hígado que me trasplantaron arrancó enseguida y mi rehabilitación fue buenísima. De domingo a viernes estuve en terapia y luego me trasladaron a una habitación común. Una semana después del trasplante ya estaba en mi casa. Usé barbijo durante bastante tiempo y me dieron medicamentos inmunosupresores. A fin de año, me fui al campo, y estuve todo el verano allí con mi mujer. Hoy hago una vida normal e incluso volví a trabajar”.

“Hoy en día no le doy importancia a los problemas pequeños y trato de hablar y hacer cosas por los demás. También me cambió el humor, si bien siempre fui un tipo simpático y divertido, pero ahora estoy más simpático que nunca. Antes de que me dijeran que tenía que ser trasplantado, jamás pensé en ese tema, además nunca tuve a nadie cercano en esa situación. Luego, tomé conciencia y de hecho mis hijos todos se hicieron donantes. Además, el trasplante que yo recibí fue de un chico de 20 años, según lo que me dijeron y la verdad, me pareció muy duro; hoy rezo por ese chico y su familia. Es importantísima la fe y entrega a los profesionales, no hacerse el tonto con el tratamiento previo al trasplante, ya que tenés que cuidarte y hacer caso. Hay que confiar muchísimo. Si el órgano aparece o no va a ser secundario, pero hay que tener la mente puesta en que sí va a pasar. Me impresionó tener tanta gente rezando por mí, a muchos incluso ni los conocía. Nunca pensé en la muerte”.



Miércoles 11 de junio de 2014
Publicado en http://pharmarepublic.net/dos-trasplantes-dos-nuevas-vidas/