Un nuevo mundo


Querida hermana: tras dos días infernales el mar ha dado tregua a nuestro barco. Dos días sin dormir, subiendo y bajando a cubierta. Guardia, ayuda, alarma, y otra vez guardia. Dentro de tres horas hago un nuevo turno en la cofa, y aún soy afortunado pues es casi el único lugar del barco donde no se percibe olor a alquitrán y a miedo. Tras dos meses de travesía nadie aquí sabe ya si volveremos a casa y siquiera si llegaremos a costa alguna. Los marinos más viejos hablan de monstruos marinos y de tripulaciones enteras que enloquecieron a la vista de espectros salidos del fondo de los mares y los grumetes lloran aterrorizados. Al menos hoy hemos vuelto a divisar la vela de la capitana, que parecía haberse perdido en la tempestad. La primera buena noticia en una semana. Desde donde estoy diviso una luz en la Santa María y tengo la esperanza de que los cálculos del almirante sean ciertos y nos esté llevando por buen rumbo.

Hermana, a veces, justo antes de que el contramaestre nos despierte a gritos y empellones, sueño con nuestras montañas, y me veo a mí mismo en la parte más alta del monte, desde donde en los días claros se divisa con claridad la silueta de las murallas nuevas de Turégano. Al despertar el aroma de los pinos se cambia por el olor a salitre que lo impregna todo, y casi deseo que uno de esos horribles monstruos marinos de los que habla el viejo García acabe con todo esto. Este viejo es de Guadalajara y como yo, uno de los pocos nacidos lejos del mar. No obstante, "la mar" como el dice, hace ya siglos que se coló en sus ojos acuosos. Esos ojos sin fondo que a veces te traspasan. Dicen en la nave que García ve el futuro y yo, que desde que hace un año salí de Collado he visto tantos prodigios, diría que así es.

Antes, cuando el segundo piloto me dijo, "Gonzalo, tú eres el siguiente para subir a la cofa", vi como el viejo miraba al marinero de Triana, a ése tan callado del que todos se mofan, y oí como murmuraba "No te esfuerces, Gonzalo. No serás tú quien primero divise tierra. Lo hará Rodrigo, el de Triana, y bien pronto ".

Miro hacia arriba y entre el trenzado de la jarcia se ve al pobre Rodrigo. Para él la fama. Ni la recompensa prometida por el almirante, ni el honor me recompensan del error que cometí el día que abandoné nuestra tierra segoviana. Hoy sólo quiero volver, aunque sea sin un maravedí en el bolsillo. Así que ojalá divisemos ya ese maldito Cipango ...