Con la entrada en la Unión Europea se conjugaron nuevas normas de competencia y la necesidad de financiación del Estado para tomar la decisión de vender los activos de la mayor parte de estas compañías. Algunas operaciones fueron ventajosas para el Estado, pues las empresas eran deficitarias. En otras, en cambio, siempre tuvimos la sensación de que el Estado había malvendido. En unos casos y en otros, ganase el Estado o el comprador, hubo un punto común: la privatización conllevó cientos de miles de despidos.
Un caso paradigmático es Telefonica: la principal empresa de telecomunicaciones de España y una de las cinco más potentes del mundo basó su crecimiento en el pulmón financiero heredado de la privatización y una deficiente apertura a la competencia que le facilitó el cuasi monopolio del mercado español durante los últimos 20 años. Hoy, tras publicar beneficios récord, los planes de despido continúan. ¿Razones? una y simple: los actuales dueños de la empresa consideran que ganan más echando a esta gente que manteniéndola.