MAYOR ANHELO
Siempre soñaste con tener un hijo.
Tu vida giraba en torno a eso.
Te casaste. No por amor sino por el deseo obsesivo de tenerlo.
Cuando supiste que eras estéril maldijiste a Dios con todas tus fuerzas.
No sólo eso te molestaba, sino el hecho de escuchar a tu mejor amigo hablando todo el día del embarazo de su esposa.
El infinito insecto de la envidia se apoderó de tu cuerpo, paseándose por él, inyectando su enorme aguijón, carcomiéndote de a poco.
Peor fue cuando te dijo que tú serías el padrino.
Lo sentías como una ofensa y también te abofeteaba en forma de burla. Sin embargo aceptaste. Era lo más cercano a un hijo.
El niño se convirtió en tu vida.
A él le encanta acompañarte, salir contigo, jugar, convivir cada día. Por eso decidiste matar a sus padres. Contrataste a un tipo para que lo hiciera.
En éste preciso momento les acaba de disparar.
El niño lo vio todo y, aunque no lo entiende muy bien, sale corriendo, llorando, llamándote.
Ya sabes lo que pasó. Por eso te montas al carro y vas hacia allá. A cerciorarte que todo haya salido perfectamente. Piensas en lo feliz que serás: la felicidad que los tomará en sus brazos.
Casi llegas a la casa. La dicha es tanta. Te distraes. Un niño desesperado corre.
Dos gritos entrelazados al viento.