Banderas

Me siento muy afortunado de haber nacido en el primer mundo, y en un territorio hermoso y variado, con gente abierta y simpática, aunque seamos algo envidiosos y bastante chuletas. Los libros modernos dicen que este lugar se llama España, aunque antes fue Al-Andalus, Hispania, y muchos nombres más, la mayoría de ellos hoy perdidos. No sé cómo llamarían a su tierra los carpetanos que poblaban la sierra de mi pueblo, o los astures, u otros que hubiera antes ... y la verdad es que no me importa mucho. Quizá en el futuro nos llamemos Europa o Confederación Africano-Ibérica, qué se yo.

Es lícito estar orgulloso del lugar de donde es uno, pero las cosas comienzan a complicarse cuando se lo queremos rebozar por el morro al que es de otro lado. Entonces es cuando llega el momento de los uniformes y de las banderas, y no tardando mucho el de otros aperos hechos de hierro y fuego. Por suerte, los tiempos de acuchillar a un tipo porque sostenía una enseña distinta a la mía han quedado atras, pero la dichosa bandera aún perdura. Y encima te tiene que gustar, porque si no te gusta lo mismo es que no eres patriota (esto es malísimo). Pero es que cada vez que alguna persona suelta este tipo de exabrupto me gusta menos aún la bandera.

Habitualmente sólo veo ikurriñas o senyeras sujetadas por tíos cabreados. Bajo el escudo español, ... otro tanto y encima hay que ser catedrático para poder interpretar su significado (tal es la profusión de símbolos, coronas, columnas, cruces, flores, castillos, cadenas, joyas y hasta un león rosa). Menos mal que de vez en cuando llegan momentos como el pasado domingo, cuando la bandera sólo significa que te sientes feliz de vivir aquí, incluso aunque hayas nacido en otro lugar. En días así el trapo rojigualdo me evoca sonrisas y buen deporte, no como esos otros días en los que sólo significa estado, política o frontera.