Trabajar y esperar

hace ciento cincuenta años los trabajadores no tenían derecho a reunirse u organizarse, trabajaban sin medidas de seguridad, sin vacaciones, durante jornadas de 14 horas los siete días a la semana, podían ser despedidos sin preaviso ni indemnización y la palabra "pensión" no tenía otro significado que el de un lugar donde alojarse un par de noches.

Hoy, gracias a la presión social ejercida durante este siglo y medio, los trabajadores tienen derecho a negociar su salario, a negarse a trabajar si no se cumplen las leyes de seguridad e higiene en el trabajo, existen juzgados donde recurrir si creen vulnerados sus derechos y organizaciones laborales que les defienden. También tienen la obligación de contribuir durante su vida laboral a la hucha de la Seguridad Social, y el derecho a percibir parte de esa hucha en caso de que se cumplan determinadas eventualidades: cumplir 65 años, quedarse en paro, sufrir una enfermedad inhabilitante para continuar trabajando ...

¿Cómo continuará la historia de los trabajadores?

Puede ser que el coste de mantener estos derechos suponga una carga insoportable para las empresas y muchas de ellas cierren. Ello provocaría un incremento de parados cuyo sustento habría de costear la Seguridad Social a la vez que los ingresos para la hucha común decrecerían y una eventual espiral del paro terminaría por quebrar el sistema.

También puede ser que surja un gobierno inteligente que ataque el origen de los problemas y no se dedique solamente a poner parches en las consecuencias. Un gobierno que persiga a los que realmente encarecen el sistema: trabajadores holgazanes, capataces de plantación, falsos enfermos y parados, delincuentes fiscales ... ; un gobierno que dedique el superávit fiscal de los años de bonanza ahorrando para otros períodos menos boyantes.

Cualquiera sabe cómo acabarán las cosas, aunque, si tengo que apostar, me la juego a un par de parches.