¡Qué pena!

Los comentarios del artículo anterior me han hecho reflexionar en que hemos pasado de la obsesión por el "olvido histórico" a una obsesión aún mayor por la "memoria histórica".
Me educaron tras la muerte de Franco y, sin embargo, nadie me habló de la guerra civil en el colegio. Todo lo que descubrí en el instituto fue que el "alzamiento" se produjo un 18 de julio y la "victoria" un 1 de abril, tres años más tarde. Aparte de eso, sólo conocía algo de la guerra a través de la película "Por quién doblan las campanas" basada en la obra de Hemingway, corresponsal-turista durante la Guerra Civil. Quizá esta falta de formación se debía a que los libros de texto dedicaban pocas páginas y siempre al final del libro. Quizá.

Luego me fui enterando, a través de otras películas que hubo una batalla en Guadalajara, donde murieron más de 1.000 italianos ¿?, y gracias a la serie de la "La plaza del Diamante" me enteré de que la mayoría de los soldados republicanos no eran sino milicianos mal armados. Los kioskos estaban llenos de tebeos de "Hazañas bélicas", "Zona de combate" y similares, pero sus protagonistas siempre eran alemanes, ingleses o americanos. Ni rastro de la Guerra Civil.

Hoy sé lo que cuentan los libros de Historia. Libros de todos los colores, cada vez con menos contradicciones y con una verdad común: medio millón de muertos y otros tantos exiliados. Todavía me dan náuseas cuando alguien, en medio de alguna discusión política, suelta eso de que estamos en ambiente "pre-bélico". ¡Qué sabremos nosotros de eso!



Leer los nombres que aún hoy aparecen en la puerta de las iglesias me apena tanto como los descubrimientos de fosas comunes o la exhumación de pobre gente en cunetas perdidas. Todos ellos, gente común, gente inculta, carne de cañón, pagaron con sangre la soberbia de otros que sólo supieron del frente por los periódicos.

Sólo puedo culpar de la guerra a las “élites” de ambos bandos. A los jefes sindicales cegados por el fulgor de la revolución soviética, a los obispos temerosos de la “hidra roja”, a los terratenientes asustados por los crecientes derechos de la clase obrera, a los políticos anarquistas y socialistas obsesionados por dar la vuelta a la tortilla de la propiedad, a los militares que deseaban restablecer "el orden".

¡Qué asco!