Rumbo a Munich

Han sido dos noches muy agradables en Friburgo, por lo que nos ha costado dejar la tranquilidad del pueblecito donde estábamos alojados, y más cuando lo hemos cambiado por un nuevo trayecto en coche plagado de atascos, ahora por la carretera ribereña del Lago Constanza. Esta carretera es como la Torremolinos-Marbella, para que os hagáis una idea. Y qué calor, la leche. De ese húmedo que sólo gusta a cocodrilos y otros seres de la ciénaga. Tras llegar a Lindau, hemos dejado el lago atrás y disfrutado unos cien kilómetros por carreteras estilo comarcal pasando granja tras granja. Esta parte del trayecto ha sido realmente bonita.

Hemos llegado a Fussen a eso de las cuatro, y aquello parecía Pedraza en día de boda. Mucho turista, sí, pero de indicadores sobre los castillos alpinos de marras, nada. Como preguntando se llega a Roma, los lugareños nos han indicado como llegar al castillo de Newswa ... no se qué, ése que sale en todas las ilustraciones de castillos de cuento. Ha estado bien, aunque tiene algo de fraude y tramoya. Lo concibió un rey chalao a costa del dinero de sus súbditos, pero no en la edad Media, sino en el siglo XIX, cuando otros reyes ya se dedicaban a las carreras de caballos y cosas de ésas. Pues bien, al parecer estaba obsesionado con la mitología y con la obra de Wagner y debió pensar que este castillo no era un mal Valhalla para llenarlo de walkirias.

Muy cansados y al filo de las nueve, hemos llegado a Munich ... pero no al hotel. Mierda de Tomtom. Menos mal que de nuevo nos salva la superamabilidad de esta gente. Primero un policía nos ha mandado al sitio aproximado de la ciudad por donde estaba la dirección que buscábamos, y luego, una señora mayor nos ha guiado, ¡pedaleando delante de nosotros!, hasta el mismo hotel. Tela.

Ahora, a dormir, que estamos hechos polvo.