Ventajismos

la caza del zorro es un deporte que, por mi propia naturaleza de raposo segoviano, no me hace ninguna gracia. La desigualdad es tan grande que repugna. No hay en los anales un solo caso en el que el zorro matase al caballero. Y total, si a pesar de jugar sucio al menos se comieran el bicho, pero no, no lo hacen. El animalillo acaba destrozado por la jauría para ¿disfrute? de los caballistas.

Normalmente las costumbres de otros lugares me merecen admiración o extrañeza, alguna vez incluso indiferencia, pero con algunas como la masacre del zorro no puedo. En éstas estaba pensando el otro día cuando me di cuenta que llevo varias semanas asistiendo a la caza del zorro también aquí en nuestra querida España. Claro que aquí el zorro no tiene larga cola aunque sí luenga barba. "Vulpes vulpes rajoi", parece ser el nombre de esta especie zorruna acorralada por la aristocracia cazadora. Tampoco en esta montería parecen tener intención de comerse la pieza, pero sí, desde luego, la de descuartizar el cadáver.
Lo lleva crudo el zorro, pues pocos de sus congéneres han conseguido escapar de una persecución con perros. El único escondite posible, en una madriguera profunda, no le sirve de nada pues quizá le tapen las salidas y se vea confinado allí por la eternidad como el ínclito Edmundo Dantés. Quizá le fuera mejor si se convirtiese en lobo por unos días y movilizase a su manada en plan macho alfa. Así demostraría que no hacen falta veinte años de confinamiento para transformar un Edmundo en un Conde de Montecristo, y que no son perros, sino hienas ventajistas y asustadizas quienes hoy le muerden las pantorrillas.