gatos de noche


Cuando sueño estoy dormida. Nada más que eso.
La gata se frota contra mi mano que escribe. No se da cuenta, o no le importa, que a mi mano no le interesa ella. Pero es que el movimiento le llama la atención y sólo quiere frotarse. Qué humana es mi gata a veces.
De pronto me gustan los gatos. Son distintos a los perros.
Últimamente ando bien felina. O muerta. O rara. O cínica. O histérica. Un poco irreconocible. O lo que sea.
Creo que necesito un león sin pulgas que duerma en mi cama.
No hay fondo hoy.
Sola con la gata que huele a caca y no me deja escribir porque me lame el brazo con su lengua de gato. Lengua de lija que raspa y no moja. Quiero una lengua que moje. Saliva sobre mí. Bien mojada. Que no se asuste cuando la abrace. Que no se meta debajo de mi cama pero que me espere en la ventana y me diga miau cuando entro. Pero sin pulgas.
Sara y Flora se quedan mirando televisión. A veces parecen grandes roedores.
Me gusta cuando Sara trata de agarrar con su pata a Bart Simpson y no entiende por qué cuando lo toca sólo siente un vidrio plano y frío. Ayer le corté las uñas para que no raye mi televisor. No tengo dinero para arreglarlo si se malogra.
Flora es más inteligente. Aprende de los errores de Sara. A veces siento que se burla de su ingenuidad. Otras creo que pierde la paciencia. O tal vez no. Tal vez esa sea sólo yo y Flora se está riendo.
Los gatos se aburren rápido de las cosas. Son bien gatos algunos humanos. Se enredan con las cortinas, se esconden, esperan, juegan, saludan.
No quiero ser gato, ni perro. Ni humano.
Quiero ser feliz.
Quiero ver los Simpson.
Que las pulgas no me piquen nunca.
Poder despertar mañana a la hora que quiera.