sueño un terremoto

Quiero saber qué fue lo que soñaste esa noche de terremoto violento. Yo estaba en algún país lejano, lleno de verano seco, eterno, llevaba un sombrero grande con un pañuelo amarrado alrededor, celeste, unos grandes lentes de sol, los labios pintados de morado y las manos muy limpias. Quiero decir que iba sobre un camello pero no sería cierto, iba en un auto antiguo pero confiable, manejaba un hombre de piel oscura, grande y guapo, de ojos verdes y de cejas marcadas muy serias. Yo sonría durante el largo trayecto, el hombre que manejaba se mantenía siempre atento a pesar de no haber tráfico alguno en el desierto. De algún lugar una música muy baja y las manos del hombre, recién las noté, lucían cuidadas, casi delicadas. Me suele suceder que me doy cuenta de que sueño, y justo cuando estoy dispuesta a sacarle provecho a la ocasión me entra una pequeña duda, un ligero cuestionamiento de la realidad. Y entonces me contengo y no hago nada. Al despertarme cargo una sensación de fracaso surrealista. Pero espera, todavía no me dijiste qué soñabas tú.

Confieso que he vivido

este es el título del libro en el que Pablo Neruda contó las memorias de su azarosa vida. Reconozco (confieso) que no lo he leído, y no creo que lo haga por miedo a que el contenido no sobrepase la grandeza del título.

"Confieso que he vivido". Cuatro palabras, dos verbos, miles de posibles interpretaciones para un millón de sentimientos. Ójala para todos nosotros llegue un momento en la vida en que la plenitud del presente desborde los recuerdos. Y quizá sea ese el momento para emular a Neruda y, mirando hacia atrás, murmurar el título de este post.
¿Solidaridad, o ingenuidad?

os pregunto ¿cuál ha de ser nuestra actitud ante los desconocidos que piden nuestra ayuda económica?. Por ejemplo, ante personas que venden "La Farola" en la calle, o ante los que nos quiere vender unos pañuelos en el semáforo, o en otra dimensión ante los hambrientos que nos miran desde algún ignoto país africano a través de la pantalla de TV. Daos cuenta de hablamos de gente que no conocemos y por tanto, al ayudarles hacemos un acto de fe creyendo que realmente necesitan nuestra ayuda.

Es difícil responder ¿no? Yo veo que en mi entorno la gente está muy desengañada. Hay personas que harían lo que fuera por alguien cercano pero que ya no se fían de lo que no conocen. No siempre pensaron así, pero la vida abre muchos ojos a palo limpio, y a veces cuando más abrimos los ojos más cerramos las manos. Les puedo entender, pero aún no comparto su fatalismo.

Para mí, un tío que vende pañuelos en el semáforo es un necesitado que se juega el tipo entre los coches. Un yonqui que mendiga en el metro es un pobre tipo a quien nuestra indiferencia ya no hace ni daño, pero quizá sí nuestro desprecio. Y las ONG´s son organizaciones que cubren la brecha que la avaricia occidental ha creado entre dos mundos. No soy ciego, sé que a veces el del semáforo se gastará la recaudación en whisky, el yonki puede ser el mismo que luego me robe en una esquina y la ONG puede estar dirigida por un estafador que se lo lleva crudo.

Así que, de momento, prefiero formar en las filas de los que abren la cartera sin preguntar. Me siento orgulloso de ver los logos de las ONG´s con las que colaboro en medio de los campos arrasados de África, Sudamérica y Asia, pero aún más cuando esos campos cambian de aspecto graciaa a nuestra ayuda. Y quizá cambie de idea, con el tiempo y unos cuantos golpes, pero aún tengo la suficiente confianza en la gente para agradecer la sonrisa del tipo del semáforo, sin preguntarme si sonríe por gratitud o porque ya está paladeando un trago de whisky a mi salud.
Lo que pasa en la calle

La gente corriente no entiende de balanzas comerciales, opciones sobre futuros o conversiones de bonos. Quizá sea esa la razón por la que el debate Pizarro-Solbes de hace un año fue calificado como el bodrio de la década por los pocos que intentaron comprenderlo. Lo que sí sabe la mayoría es lo que cuesta un bonobús y por supuesto el precio de un café en un bar, precisamente esas materias donde suspenden Rajoy y Zapatero.

Tampoco sabemos la cifra total de parados en Europa, pero sí cuantos de nuestros amigos no tienen trabajo. No sabemos nada de las dificultades del Royal Bank of Scotland o de GM o de Fortis Bank, pero al pasar por los polígonos industriales se nos encoge el alma al mirar a las naves abandonadas o a los camiones inactivos.

Realmente podemos perdonar a los políticos que anden un poco perdidos sobre nuestras respectivas economías domésticas, incluso que ignoren que las estadísticas no son sino la suma de tristes historias particulares, pero ¿cómo no exigirles que disimulen un poco, que se les note algo afectados por lo que a los demás nos quita el sueño?

La semana pasada seguí atentamente las declaraciones del candidato socialista a la Presidencia de Galicia y volví a tener esa sensación de los políticos no tienen ni idea de lo que realmente pasa en la calle. Te ha estado bien, pensé ayer cuando oí su derrota. Y no por tener una estantería de 119.000€ en tu despacho, sino por creer que a la gente no le iba a importar demasiado. Bobo, que dicen en el pueblo.


Hala “Torito”, ahora ponte delante de una pizarra, tiza en mano, y escribe mil veces: “No volveré a tirar el dinero público nunca más”. O también “Miraré más a la calle que a las encuestas”.

Cae la Bolsa, cae el ministro, caen las ventas, cae mi confianza en la gente, cae un antiguo jefe, caen los precios (o eso dicen), cae un año más, cae hasta el Barça.


Uff, cualquiera diría que estamos de nuevo en Otoño.