La pérfida Albión

quizá sea por los supuestos atropellos sufridos por Alonso (aunque no sé si es para tanto), quizá por las afrentas históricas de la pérfida Albión o quizá (y más probable) porque hoy a las 10 de la mañana ya me habían puteado dos "compañeros" ingleses, voy a dedicar este post a contribuir a la tradicional animadversión patria hacia los británicos.

Trabajo con ingleses y diariamente tengo ocasión de comprobar que si hay una cosa que les caracteriza es su cinismo (ellos dicen flema). El porte y la distinción de los que alardean son a menudo un delicado envoltorio de algo que huele bastante mal. Disfrutan de un fino sentido de la ironía y un humor refinado, pero casi siempre está al servicio de ese aire de superioridad y desprecio con el que nos miran a franceses o españoles (a los alemanes no les desprecian, les odian).

Gran Bretaña combina la mítica imagen del gentleman con los borrachuzos "hooligans". Históricamente orgullosos, vividores y viajeros, amantes del boato y la apariencia, hicieron gala de ese contraste firmando sentencias de muerte por piratería y patentes de corso con la misma mano. En el siglo XVIII patentaron la democracia, mas al tiempo, fueron la nación que más explotó la trata de humanos. Y más tarde, durante el siglo XIX, se empeñaron en liberar Oriente Próximo del "yugo" otomano, pero a la vez estrangulaban a la vecina Irlanda, sojuzgaban India y deportaban a Australia a miles de delincuentes comunes.

Dicen en diplomacia, que lo que haga tu mano izquierda no ha de saberlo la derecha, sobre todo cuando ambas son británicas.

nada

hay como un silencio en mi cabeza hace días.
debe ser el sol. o la lluvia.
o el sol y luego la lluvia. todo junto.
o nada.
puede que no sea nada.
Clasificaciones varias

cuando llegas a cierta edad (básicamente la que uno tiene en cada momento), sueles pensar que, en términos de personas, has visto de casi todo. A tal efecto uno se fabrica una suerte de armario lleno de cajoncitos para meter a unos u otros según parezcan de esta manera o de aquélla. No digo que sea mala práctica, por cómoda, pero tiene sus peligros. El principal es que cuando conocemos a alguien, tendemos a meterle rápidamente en uno de esos cajoncitos, y frecuentemente nos equivocamos.

Personalmente fui un fan de estas clasificaciones durante un tiempo, pero pronto me libré de la comodidad del prejuicio. La razón de este desapego por los cajones no fue porque me llegara la madurez de golpe, sino porque fallaba once veces de cada diez. Rebusco y rebusco pero no recuerdo haber acertado nunca en esa "primera impresión" que supuestamente queda para siempre.

Hoy sigo teniendo el armario, pero me tomo mi tiempo para meter a cada uno en su cajón (y también para sacarlo, claro).
Este Forges ...


La cultura del mérito

dice Sarkozy que Francia ha de recuperar la cultura del mérito. Piensa que en su país no llegan a los mejores puestos los mejor cualificados, sino los mejor relacionados ¿os suena de algo?. Para remediarlo va a comenzar con reformar Administración, endureciendo los criterios de acceso y compensando a aquéllos que superen las cribas con sueldos competitivos. ¡Aleluya! alguien se ha dado cuenta de que la empresa más grande de Francia es el Estado, y que para que el Estado marche, sus trabajadores han de ser los mejores marchadores.

Me uno a su propuesta, qué digo uno, ¡me adhiero como una lapa! Sólo le complementaría con la abolición del blindaje de los funcionarios. En nuestra Función Pública hay mucho vago, mucho acomodado y algún manifiesto incompetente. También hay muchos que empezaron bien, con ilusión, como en cualquier trabajo, pero pronto se contagiaron del ambiente ¿cómo no? Desincentivados ante la desidia general, pronto no tardaron en rendirse y mezclarse, para no parecer "listos" o "listillos".

Esa no es la Administración que yo quiero. Yo deseo ver a los mejores al frente de los ministerios, en esos cargos de carrera que hacen que realmente se mueva la rueda. Y en las bases quiero a gente seria y con ilusión, y no gente que ve la Administración como un retiro dorado que comienza a los 30 años. Sin embargo, los mejores no trabajan en los ministerios. Los mejores no están interesados en un empleo acomodaticio o en un abrevadero fácil. No. Los mejores van a la empresa privada, a ganar dinero, a progresar en su profesión, a no aburrirse, a continuar su formación diaria.

¿Hay algún funcionario formándose o reciclándose en las escuelas de negocios? NO. Qué extraño pues algunos de ellos negocian día sí y día también contratos de millones de euros.
¿Tienen sueldos competitivos en el mercado laboral? NO. Qué extraño, pues algunos de ellos tienen a su cargo cientos de personas.
¿Tiene prestigio ser Director General de un ministerio? NO. Qué extraño que nadie les conozca y sin embargo sus homónimos en la empresa privada pueblan las páginas de la prensa económica.

En España hay grandes ejecutivos tremendamente comprometidos con sus empresas, y fidelizados por el prestigio y por el salario. Pero ven la Función Pública como un lastre a su carrera y a su bolsillo, y mientras tanto, el poder de las empresas crece, mientras las Administraciones agonizan. Y quede claro, del producto de la gestión del Estado nos beneficiamos todos, del de las empresas, sólo unos pocos.