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La gota y la raya

parece que está de moda hablar de "valores", y de "convicciones". También está de moda pasárselos por el forro, tanto los ajenos (lo que no es nuevo) como los propios (esto si es nuevo).

Lamentablemente las convicciones y aún más los valores no son más que reflejos del corazón que las contiene y los corazones modernos son débiles y acomodaticios. ¿Cómo van a crecer fuertes si nosotros no lo somos? ¿como van a arraigar en nuestro entorno si las regamos tan de cuándo en cuándo? Ejemplo claro son las tertulias de bar, fanfarronas por naturaleza. "-Anda que a mí ..." "-pues si llego a estar yo ..." "-eso no lo aguantaría ni ..."; y la final nada. La gota colma el vaso habitualmente, pero nosotros, cobardes y medrosos, buscamos un vaso más grande y a aguantar el chaparrón. Eso es el hombre moderno, el de la falta de respeto al prójimo y a uno mismo.

Sólo una sociedad con límites, ya no los legales que comienzan a brillar por su ausencia, sino sobre todo morales, puede mantener la cabeza alta a lo largo de la carrera. Sólo un individuo que es capaz de establecer rayas y respetarlas puede evitar la deriva regresiva en la que nos encontramos. La Ley es importante sí, pero cumplirla por los valores que de ella emanan lo es más aún. Prefiero mil veces que un Bárcenas sufra exclusión social a que sufra prisión. Un sinvergüenza al que el resto niegue el saludo, con el que nadie quiera compartir restaurante, un individuo que sienta que la sociedad en pleno le rechaza, comenzará a sentir respeto ... o soledad.

Una sociedad que no espera a que la gota colme el vaso y que sabe auto limitar su egoísmo a base de líneas de convivencia es una sociedad humana. El resto, es individualismo animal.


Las apariencias ... ¿engañan?

Veamos: un chico entra en un lugar lleno de melenudos metaleros e inmediatamente puede sentirse "fuera de sitio". ¿Por qué? es de la misma edad que ellos, son casi todos chicos, algunos miran el fútbol en la pantalla y gritan gol a la vez que él. Al chaval le gusta el whisky y la cerveza, como a ellos; incluso quizá descubra entre esos rostros a alguno que estudie su misma universidad. Y a pesar de todo, con tantas semejanzas, un cachorro de "Nuevas generaciones", con su Barbour y sus vaqueros de marca, con su barbita bien recortada sobre una camisa con iniciales, ha de ser muy conocido en el barrio, cliente habitual y un crack de las relaciones públicas para ser bien aceptado en el local.


Por más que lo compruebe, no deja de maravillarme nuestro parecido a los hombre primitivos. Somos tribales. Somos gregarios. Tenemos un impulso de permanencia al grupo mucho más potente del que podemos creer. Y tendemos a parecernos, quizá en un intento de reconocimiento mutuo o por la necesidad de vivir en un ambiente conocido y familiar.

Y de todos los síntomas grupales, quizá el que mejor nos define es la apariencia externa. No hay tigre sin rayas, ni grupo de niñas con las mismas zapatillas. No hay moderno sin smartphone, ni hippie sin pañuelo al cuello. ¡Claro! sería trabajoso tener que escudriñar las intenciones de cada persona que nos cruzamos a diario, pero los códigos de vestir, los sitios que frecuentamos, el acento al hablar, facilitan mucho las cosas.


Más ejemplos: un hombre entra en una oficina bancaria y espera encontrar a tres o cuatro empleados púlcramente vestidos y bien educados. Ese ambiente le genera confianza. Lo ha visto muchas veces. No en vano todas las sucursales del país son casi idénticas. Le escamaría que en una de las cajas hubiese una clarividente pitonisa mirando a la bola para saber si subirán sus acciones, o si en una de las mesas el comercial, vestido de bandolero montañés, afilara distraído su faca de dos palmos. Afortunadamente todo está en su sitio, y se dirige hacia el comercial "de toda la vida", quien con sus modales de caballero y su aspecto profesional, le hará el favor de recomendarle una inversión en un producto financiero "de total confianza".

Ups ... creo que este último ejemplo destroza mi argumentación. Vaya. Milenios de confianza en los códigos tirados por la ventana.


el dolor infinito

estoy viendo un documental, de los miles que hay, sobre la II Guerra Mundial. Las imágenes son grises,  de una técnica depurada pero filmadas con materiales de época. Algunas muestran secuencias nocturnas, y el blanco y negro de la cinta contribuye al dramatismo de la escena. Hombres de uniformes oscuros y caras pálidas, aguas negras bajo la quilla de las barcazas. Desembarcos sombríos, bajo la tiranía del Canal; el mar no entiende de las guerras de los hombres.

Parece épico, sobre todo sabiendo que estos desembarcos acabaron con uno de los regímenes más abominables que ha sufrido Europa, pero, volviendo al detalle, a la vida de los protagonistas, a las  retinas de aquellos veinteañeros temblorosos y ateridos, la Historia se cuenta de forma distinta. Churchill, Rommel, Goebbels, Patton, son sólo nombres que destacan en los libros y nos ocultan la realidad de las batallas.

Sangre, quemaduras, estruendo, barro, cangrena, huérfanos, frío, miedo, balas, hambre, hedor, pico, pala, tumbas, explosiones, amputados, cartas, ansiedad, sadismo, ... ¿honor, gloria, orgullo? quizá después, para los que regresaron y trataron de olvidar, quizá para los políticos que les enviaron a la trinchera, pero no para estos viejecitos que ahora relatan su experiencia en los documentales. Les contemplo y me apena verles cerrar los ojos, ... luego abrirlos y mirar al infinito, rememorando días de hace 60 años. Algo sucedió entonces que todavía les recuerda el olor y el sabor del miedo. Gracias por recordármelo a mí también.

Robert Capa - Desembarco de Normandía -1944

Riña a garrotazos

estos días está el país revuelto, pero para bien. Las conciencias, agitadas, han ocupado un lugar junto al vaso de vino y el plato de sopa, incluso a veces son el primer plato de cada comida. Las opiniones, afiladas como dardos, cruzan la mesan esquivando vasos y botellas para clavarse en el corazón del oponente. No hay familia que valga cuando se trata de defender o atacar al super juez. Ataques, contraataques, fintas, crochet de izquierda y golpes directos a la opinión convencida de un tipo que, al igual que nosotros, normalmente no tiene mucha base teórica sobre la que sustentar su opinión. Duelo de voluntades, no de intelectos.

Estos días, señores, los medios nos obligan a discutir sobre temas sobre los que no tenemos ni idea.

siempre me pregunté por qué discutían estos dos

Italia is different, Spain too

oye, lo bien que nos lo pasamos la semana pasada y lo mucho que subimos el orgullo patrio. En este país, donde se estila la envidia, lo que más nos gusta es hacer leña del árbol caído. Y si es un buque hundido, pues lo desguazamos.

Recuerdo que en durante el bachillerato el segundo más tonto de la clase tenía martirizado al que ostentaba el titulo de pardillo mayor. A aquel sujeto le caían collejas desde que entraba hasta que salía, pero se iba medio contento a casa, pues en algún momento del día gozaba su efímero momento de triunfo: un cachete al que sólo era un poco más marginado que él. Con el tiempo he comprobado que los tíos peligrosos no son necesariamente los que eran matones en la clase, o los que recibían estoicos todos los palos, sino aquéllos que viviendo en la parte baja de la escala no tenían otro deseo que subirse a la cúspide.

La semana pasada reviví esa sensación. Los españoles riéndose de los italianos. Vaya cuadro. No me cuesta mucho imaginar al "Bigotes" o a "Correa" con uniforme de capitán de barco de recreo. Y tampoco  me cuesta mucho imaginarles soltando excusas en italiano acojonado, como el ínclito Schettino.


un mensaje de amor

parece que todas las tradiciones están de acuerdo con que, allá por el año 30 del calendario occidental un hombre con un carisma especial aglutinó la atención de miles de personas en tierras de Palestina. Aquel hombre, en un contexto histórico de invasión extranjera, no tuvo militancia política conocida y ni siquiera pareció muy interesado en ganar adeptos ni en dejar escrito testamento fundacional alguno.

Hoy, dos milenios más tarde, todavía hay gente que muere discutiendo si Jesús fue o no un Dios. O si el Dios que él trató de acercar al mundo era el verdadero o no. Por suerte, al margen de polémicas e interpretaciones, muchos de sus seguidores modernos siguen centrando su admiración en el corazón del argumento que subyace en su prédica: el amor.

Otros prefieren complicar el mensaje.

Ganar

Ayer me llamó un compañero de Inglaterra. Quiere regalarle a su niño de 6 años la camiseta de la selección española. Me pedía que si le podía conseguir la segunda equipación, la blanca, pues parece ser que el chavalín ya tiene la roja. Parece increíble, un niño inglés que quiere las dos camisetas de la selección de fútbol de España. No obstante, no lo es. He vivido una temporada en Inglaterra y he visto la fascinación que despiertan el Barça, Nadal y la selección española en los críos. Les gusta el deporte y quieren ganar.




Supongo que a todos nos gusta ganar, ya desde pequeños. Con el tiempo, nos hacemos adultos y la mayoría de nosotros aprendemos a perder, o simplemente a que se puede vivir sin ganar siempre. Incluso algunos aprendemos prioridades y guardamos los ases para las ocasiones importantes. Es una cuestión, primero de buena educación, y después de auto defensa.

Los niños, sin embargo, sí quieren ganar siempre y no les importa mucho si su héroe es de su nación, o de otra. Ya se encargan Nike o Adidas de hacer que los ídolos suenen familiares en todos los idiomas. Cosas de la globalización. Lo importante para la mayoría es tener un héroe poderoso al que admirar y por eso nos extraña oír decir a un crío que quiere parecerse a un perdedor por muy español que sea, aunque ... hay gente para todo.


Envidia ...


... no es ansiar tener algo, sino desear que otro no lo tenga

...

inmigración, con perspectiva

"Una sociedad que no apuesta por lo novedoso,
que no se atreve a imaginar,
no logrará el desarrollo"
Andrés Roemer

cuando paseo por las calles de la ciudad me encuentro una juventud algo diferente a la que yo viví. Una nueva generación mestiza aparece en parques y colegios. Son los hijos de los inmigrantes. La verdad es que no veo síntoma alguno de desintegración en estos chavales. Lo normal es verles mezclados con los hijos de los españoles, no aislados entre ellos pues parece que los niños no entienden de palabras y conceptos complicados y simplemente forman grupos con cerebros afines, no con pieles afines. Y no hablo sólo de lo que sucede en barrios populares. Si vas a la Moraleja un día de cole y pasas cerca de un colegio, verás que abundan los chavales con rasgos orientales o sudamericanos y también están mezclados con los hijos de españoles. Lo raro sería lo contrario, pues lo normal (al menos en este país) es que uno tenga amigos de su misma clase social, sean blancos, verdes o coloraos. Extraño sería que un asiático de clase alta se juntará con dos españoles de clase baja. De hecho, tendrían realmente difícil siquiera el conocerse, al vivir en distintas partes de la ciudad, e ir a distintos colegios.

Esto ha sucedido a lo largo de la Historia, los hijos de los reyes se han casado con otros hijos de reyes, fueran del país que fueren, pues lo importante no era su origen geográfico, sino la casta a la que pertenecían. Imagino a la pobre Victoria Eugenia, cual émula de Victoria Beckham, viniendo a casarse con Alfonso XIII. Buen mozo y buen heredero he cazado, pensaría la inglesita, antes de advertir que reinaba en el país del ajo, de la suciedad y del atraso. Probablemente se dio cuenta tarde de que Alfonso también era español. Y así nos fue durante años, una élite con gustos europeos en un país con atraso africano.

Anécdota: hace unos años, antes de la oleada de inmigrantes que ha llevado este país de 42 a
47 millones de habitantes, me encontraba oyendo un programa de radio junto a mi padre. Hablaban del racismo, más centrado entonces en el tema de los gitanos y de los negros (entonces aún pensábamos en racismo en términos de raza y no de bolsillo). Pues bien, una vez abierto el turno de intervenciones de la audiencia, llamó una señora que se identificó como "pudiente". Contó la señora que vivía en el centro de Madrid, y que junto a su casa habitaban un diplomático de un país africano y su
familia. La señora relataba que había hecho gran amistad con la esposa de su vecino y se sentía orgullosa de decir que esta mujer era de color. La oyente, con un parlar culto y cadencioso, nos dejó patidifusos cuando afirmó: "está claro, que, cómo ustedes pueden comprobar, yo no soy racista. A mí, los que no me gustan, son los pobres".

Pues bien, a mí tampoco me gustan los pobres, o, mejor dicho, no me gusta que la gente sea pobre. Por tanto no me gustan las iniciativas que fomentan los "ghettos". Dice ahora Esperanza Aguirre que no sería mala idea crear colegios de "dos velocidades", para no retrasar a los chavales con capacidades. El primer piloto es un "bachillerato de excelencia" para los 100 mejores estudiantes de ESO de la comunidad. No me gusta. Preferiría que luchara por elevar el nivel de todos en lugar de dar la batalla por perdida y quedarse sólo con los "buenos".


Esperanza debería pensar que los niños de hoy son los que mañana van a dar brillo y esplendor a nuestra lengua, a nuestra cultura y también, por supuesto, a nuestra economía. Invierte en ellos, Esperanza, en todos y no sólo en una minoría. No tires la toalla con los que van mal, sobre todo si su mayor falta es la falta de base educativa arrastrada por décadas de pobreza en otros países. Los inmigrantes están aquí y no se van a ir. Invirtiendo en ellos tendremos un futuro mejor para todos, y la señora de la radio estará tranquila al ver médicos, abogados y periodistas de piel oscura pero con un cerebro del primer mundo.

Como dice Roemer en la cita que inicia el post: "atrévete a imaginar", presidenta.

Agitando mi conciencia

es difícil ser generoso. Ni siquiera hablo de serlo a todas horas. Es difícil tan sólo dejar de pensar en uno mismo un rato al día.

Invertir unos minutos en el bienestar de la gente que nos rodea, ayudarles, divertirles, apoyarles, no asegura un retorno inmediato, más bien es a veces un sacrificio, pero quizá a la larga dé satisfacciones.

Y digo esto porque me molesta darme cuenta de que este zorro, o alguno de los que me rodea nos ponemos a nosotros mismos en el primer lugar de la lista de prioridades incluso en las cosas más nimias. Ser codicioso en lugar de solidario, es sin duda una actitud natural. Pero también es cierto que esa actitud viene de la parte más animal del ser humano y me da la impresión de que todo lo malo que veo en la tele, en la oficina, en mi entorno, viene de ese maldito instinto acaparador que nos legaron miles de años de supervivencia.

Quizá sea filosofar en exceso y quizá también sea una conclusión injusta pero desde luego creo que el acto más avanzado de evolución humana es la generosidad. Aunque, quizá lo que ahora está de moda es la involución, no sé.


Para animarnos a regalar un poco de lo que tan celosamente guardamos, una canción alegre: Down under - Men at work