"Yo votaré al soso"

esta frase era el título de un impactante artículo que escribió Woody Allen en vísperas de las elecciones norteamericanas del año 2.000. El cineasta desmenuzaba, en una suerte de mitin periodístico, las razones por las que él decantaría su voto hacia el lado demócrata, y para ello hacía una loa hacia la "sosez" de Al Gore, convirtiendo su escaso tirón personal en una ventaja política.

Hoy en España sería difícil escribir lo mismo, so pena de confundir a los votantes, pues a soso es difícil ganar a ninguno de los dos. Pero, volviendo a Allen, aquél se refería a la capacidad de Gore para no dar miedo a los votantes. No hablo de que confiaran en él, no, sino de que simplemente le vieran como una persona, un vecino, alguien del que no tuvieran nada que temer. Y bien, en estos días si se trata de juzgar a la persona, yo me siento más cercano de Rajoy. Con Rajoy me iría a comer por ahí y me encantaría tener una sobremesa tranquila, escuchando y hablando. No lo haría con Zapatero. No me van los iluminados.

Mis sentimientos cambian cuando miro hacia abajo en el escalafón, porque sí me gustaría intercambiar impresiones con la ministra De la Vega, con el ministro Alonso, con Solbes e incluso con Rubalcaba (aunque de este me creyese la mitad), y sin embargo miro a la acera de enfrente y sólo veo dos rostros amigables, el susodicho Rajoy y Ana Pastor. Dos estupendos gestores (y por lo que me dicen quienes les conocen buenas personas) en medio de una pléyade de tahúres.